A unos días de cumplir 37 años, me pregunto: ¿Qué es el amor? quizás parezca una pregunta sencilla, pero es algo que ha llenado la mente de millones de personas que manifiestan mediante arte sus inquietudes, ¿Es amar el eyacular dos veces sin tener intervalo de descanso?
Recuerdo mi yo casi adolescente experimentar las mieles del amor de una manera muy distinta. En aquél entonces sentía la sangre caliente cuando conocía a una chica, mi inexperiencia quería adentrarse en lo desconocido de tener una mujer a mi lado. Tenía esa sensación idealista de querer escribir las cosas más profundas, era como una obsesión, realmente no entendía el significado de la palabra.
Cuando por fin logré mi cometido, me sentí en estasis completo, sentía que cumplía con aquella frase estúpida que para mí significaba algo en ese momento: Encontrar la media naranja. Pasaron unos meses y conocí el dolor de haber amado de forma obsesiva. Ese dolor tenía un nombre: Diego. Recuerdo haber levantado el teléfono y la que en ese entonces era mi mujer dijo las siguientes palabras: Es que son ellos quienes me impulsan a estar con él. Desde luego en esa época tenía yo una autoestima muy baja para no entender lo que sucedía, simplemente me estaban remplazando como si fuese un calcetín viejo. Entendí que amar con esa vehemencia es sencillamente enfermizo.
El corazón roto es una nodriza de una caravana de malos pensamientos. Aunque el yo interior desgañitaba que el ego debe aflorar por encima de cualquier situación.
La resurrección del YO
Estoy absolutamente convencido que en esta vida un yo resucita varias veces. No se puede amar sin antes haber sentido dolor, esas cadenas son las que precisamente forman nuestro carácter. Mientras escribo esto acaricio mi barba, ya no tengo cabello en la cabeza pero si los suficientes agujeros de balas para comprender sobre mis distintos yo.
Ese día en el que esa mujer se apartó de mí, nació un nuevo yo. Al principio fue duro porque días después del divorcio absoluto tuve que ir a la Universidad, cometí el estúpido error de intentar ser yo mismo después de ese acontecimiento tan grande. En clases sentía como si hubiese una claraboya que dejara entrar una luz intensa que golpeara mi cabeza y me impidiese ver todo. Nunca antes sentí esa sensación, un dolor difícil de explicar. Sentía que podía caminar en tercera persona, y nada me gustaba, ni las conversaciones, ni los libros, apenas podía sostenerme. Cuando saboreaba cualquier comida todas tenían el mismo efímero sabor.
Pasaba días completos escuchando canciones, intentando rellenar mi corazón destrozado. Siempre fui orgulloso y nunca comenté esto con nadie, ni siquiera con mi familia. Aunque supongo que la tristeza de un hombre con el corazón roto se puede ver a kilómetros de distancia. En esa etapa comentaba siempre en tercera persona a otras personas sobre el amor. Mis frases siempre comenzaban con: "Es que tengo un compañero que", "Es que conozco a un amigo al que". Cargando con ese dolor inefable, que no admitía que yo era ese compañero.
Recibí varios consejos de gente que ahora no recuerdo y que conocí en sitios de Internet. Me decían: "Uno es quien decide cuanto dura el luto", otros decían: "Uno nunca se cura del dolor, se aprende a vivir con él". En ese entonces intenté salir con varias mujeres para recuperar mi yo perdido, pero fue una pésima idea. Lo único que logré fue despejarme un poco, viendo alguna película en el cine, conociendo algunos restaurantes, también intentaba ocultar momentos incomodos cuando recordaba en presencia de ellas, que maldita desfachatez era esa.
Cuando has amado de manera tan obsesiva, esos lugares en los que viviste, esos recuerdos, son una especie de tortura. Y cada vez que los revisitas sientes puñaladas.
¿Por qué menciono tantas cosas negativas sin hablar de la resurrección del yo? Porque son demasiados años los que deben pasar para entender la vida. Son esas pequeñas luces en el camino, las que logran volver a formar ese yo absoluto. Cuando se pone todo en perspectiva y se hacen las paces con el pasado. En ese momento se deja de odiar y se entiende, que vivimos en un mundo metafísico y que el problema estaba en mi cabeza. No era el entorno, no era ella, el problema era yo. A partir de allí empecé a entender que uno no es eterno, y que los momentos vividos son una especie de Álbum de fotografías que se pueden observar de vez en cuando porque también forman parte de uno.
Volví a brillar como el sol, como aquella hermosa canción de Pink Floyd. Y todo volvió a tener sentido, desde los alimentos, mi camino, mis pisadas. El tiempo sólo me dio la razón, y a veces en la soledad de mi cuarto respiro tranquilo, porque después me pasaron cosas peores, 2008 un año terrible en el que casi muero por problemas nerviosos. 2020 también tuve coronavirus se me hincharon las piernas, y no tengo ningún rencor con la vida, sólo agradezco el poder cavilar sobre estas cosas con una sonrisa en el rostro, agradezco un milisegundo más de vida.
Nuestra existencia es fútil por eso se debe cobijar cada recuerdo con mimo, porque al final es parte de lo que somos hoy en día, por más imbéciles que hayamos sido. Con orgullo puedo decir que volví a disfrutar los atardeceres con sus celajes y sus formas orbiculares. La absoluta comprensión de un instante.
Este texto esta dedicado a todos los que alguna vez pensaron vivir historias únicas e irreparables, y que vieron la luz después del túnel misma que relatan en las experiencias cercanas a la muerte.
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