Tumbado al borde de mi cama, empecé a cavilar sobre mi existencia, algo que con frecuencia suelo disfrutar, visualice cuan pequeños somos con relación a todo, y lo poco que sabemos de muchos temas, nadie sabe exactamente que hay después del final del universo, tenemos un radio observable de apenas unos 13 mil millones de años luz, todavía no sabemos que hay en el fondo de los océanos, y mucho menos los grandes misterios que se ocultan en el cerebro humano.
Entonces se apoderó de mi una fuerza indescriptible de lo que podría ser el sentimiento de terror o de curiosidad, es como si mi pez beta en la pecera de mi sala quisiera adentrarse a investigar con algún tipo de máquina lo que hay más allá del portón de mi casa, aunque tuviese inteligencia sería una misión muy loca y probablemente moriría en el proceso.
¿Qué sentido tiene este mundo si no hay observadores para apreciarlo? la respuesta es simple: ninguno.
Las leyes de la física rigen nuestro universo, pero entre más diminuto se vuelve todo, ya las leyes físicas no importan, y empiezan a funcionar las de la cuántica.
¿De dónde viene la energía que desprende cada humano?
La ciencia dice que somos un cerebro cargado de electricidad con conciencia, que al estar cerca de morir genera una alucinación en donde vemos un túnel y seres queridos. Pero a todo esto: ¿Qué tan real es la muerte? hay una teoría de los multiversos en donde se da la explicación a lo que podría acontecer al morir, y es misterioso que todo se parezca tanto al libro: Muchas vidas, muchos maestros de Brian Weiss.
¿Por qué ya no soy Ateo? porque la negación de algo también nos convierte en ignorantes como el pez de mi fabula. No puedo asegurar por el método científico que algo existe o no, porque somos tan efímeros que es casi imposible entenderlo.
Lo más irónico de todo es que ante la incógnita de lo que hay después de la muerte, todos lo sabremos y quizás más pronto, de lo que podemos imaginar.
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