Pocas veces me siento lúcido, por lo general suelo ser un racimo de dudas, complejos y miedos, que terminan por mantenerme intranquilo, antes me dedicaba a poner las manos sobre mis dibujos, porque temía que vieran lo que hacia, la pregunta era recurrente: -¿Usted dibujó eso?-, mi respuesta era un tímido -si fui yo-, y despegaba las manos que antes tapaban mis creaciones, usualmente eran rostros, siempre me sedujeron los rostros y en ese entonces, envuelto entre tanta ingenuidad, no entendía el porque.
Son pocas las veces, y podría decir que apenas lo contabilizo como instantes, en que hago a un lado todos esos problemas, y siento una paz que me recorre todo el cuerpo, un microsegundo en que escucho violines que al compás de su ritmo acarician mi cabeza, es justo en ese momento que veo rostros, los cuales no dejan de mirarme con ternura, con un amor sincero que no necesita palabras para decir te amo, que no necesita su presencia física, ni un abrazo fuerte, es simplemente fruto de lo que ha cultivado por años, todo se detiene y ese rostro hermoso me mira con los ojos entre abiertos.
Hoy entiendo mi adicción por dibujar rostros, no se trata de cuan expresivos son, que te miran desde una puerta mientras bajas las escaleras, que desprenden sentimientos sin decir ni una sola palabra, que resumen un instante de vida, lo tallan, mi afición por dibujar rostros se debe a que son como fotografías que te acompañarán, hasta el día que tu mano se tambalee y segundos después se desplome para confirmar que todo lo que algún día hiciste, quedará tan sólo como una memoria, en los ojos de quienes vieron tu rostro.
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