Cavilando entre las montañas de recuerdos que por lo general se amontonan cuando bebo o pruebo un sabor que desde hace mucho se convirtió en el panorama perfecto para mi rutina. Así me sucede, y así se suceden los acontecimientos.
Recuerdo a mi abuelo Figo, le decían así por su parecido tan similar a un perro con los cachetes que se derramaban por su rostro, y por su curiosa mirada cansada, además estaba obsesionado con una vieja boina francesa que le regalaron para uno de sus cumpleaños, a mí me parecía algo divertido, claro con el tiempo me enteré que se trataba de una excusa para ocultar su calvicie. Y al mismo tiempo darse cierto aire de intelectual, a pesar de que nunca terminó ni siquiera la secundaria, no obstante para mí él era un héroe y aún lo sigue siendo en esos pasadizos de mis recuerdos.
Era muy normal en ese entonces que me llevara a recorrer la ciudad de mi natal San José, aunque parecía ser más pintoresca por ese entonces, caminamos por las calles adoquinadas de la avenida, claro no eran adoquinadas, y mucho menos bonitas, pero para ese entonces se veían como si fueran un conjunto de piedras perfectamente talladas sobre sí, además de que por alguna razón no recuerdo los olores pestilentes gracias a la poca rigurosidad de la alcaldía. Lo importante en ese momento era observar los payasos y los globos, y sobre todo aquél hombre que no dejaba de decir: -"Burbujas, burbujas! compre burbujas!"- en realidad en toda mi infancia fui duelo de varias de esas herramientas baratas para crear burbujas, aunque confieso que la mayoría del tiempo terminé rompiendo ese curioso aro que se pega a un palito para soplar las famosas Pompas de jabón.
En fin el camino era eterno y me cansaba muy rápido, y mi abuelo no dejaba de contarme historias de temas variados como sus idas y venidas, claro en ese entonces no sabía que la mitad de sus relatos eran una cachetada a la inteligencia humana, pero bueno que poco o nada le puede importar eso a un niño, el niño todo lo cree y sus maestros son sabios y gurus sacados de alguna tribu especial, donde las cosas más increíbles cobran sentido, fue entonces cuando pasamos en frente de aquella heladería, sus formas y colores llamativos hicieron que jalara de la mano a mi abuelo, en señal de que nos detuviésemos a probar un helado, ese establecimiento era algo así como un palacio tallado de colores y fríos sabores que se resumían en altas cantidades de azúcar como para volverte loco por una semana, veía las torres de chocolate, de caramelo, en otra vitrina estaban las especies como diversas semillas, pelotitas de colores, y miles de chispas de sabores, tardaría mucho en describirlo, pero lo que si puedo decir es que siempre tuve deseos de hacerme un megahipergigantegrandioso helado con todo eso, claro nunca pude concretar mi sueño, no obstante me queda el recuerdo de esa heladería que por cierto hace muchos años dejo de existir.
Mi abuelo con una sonrisa y a la vez acomodando sus anteojos me dijo: -Oye chico que te gustaría probar, te invito a un helado-, yo quería comentarle mi idea del gigante monstruo frío para probar muchos sabores a la vez, sin embargo me conformé con un pequeño helado, porque a la vez sabía de la mesura que hay que tener cuando no se vive en abundancia.
Sabía que el sabor elegido sería Vainilla, siempre he tenido esa preferencia por la rica vainilla para mí es como leche en forma de helado, el resto tienen otros sabores que no me apasionan demasiado, incluso prefiero uno de vainilla con pedazos de galleta, estaba dispuesto a ordenar cuando la dependiente del mostrador me dijo: -Hola niño ¿De qué sabor quieres tu helado? al mismo tiempo señalaba las diferentes cubetas donde estaban los sabores variopintos y a la vez decía: vainilla, fresa, chocolate, caramelo, pitufo...- mi cabeza estallo en emoción, escuchar la palabra Pitufo moldeada en un helado, es decir era azul y a la vez se veía tentador, no podía dejar de imaginar a un pequeño pitufo molido en alguna batidora y luego por cierto proceso convertido en un helado, no dude ni un minuto escogí el helado azul que tan curioso y sobre todo apetitoso se veía.
Cuando tenía el cono en mi mano sólo podía ver esa montaña de helado azul justo enfrente de mis ojos, me parecía tan agradable, y mi abuelo me tomo de la mano libre, para que continuáramos nuestro camino, fue en ese justo momento cuando decidí darle la primera lamida al producto lácteo, cuando por fin lo hice una nube negra nubló mi panorama, no podía ver nada más que sentir ese horrible sabor en mi boca, era repulsivo y sobre todo había una extraña sensación de estar probando un no helado. Al final me acerqué a una de las vitrinas de las tantas tiendas que poblaban la capital por ese entonces, y cuando miré mi reflejo en el espejo saqué mi lengua y pude ver la tonalidad azul que había adquirido producto del famoso helado Pitufo, de todo lo malo eso fue lo que me pareció más divertido, no obstante cuando pasamos cerca de un contenedor de basura no dudé en arrojar el helado.
Así pasaron muchos años y hoy en día recuerdo esa asquerosa historia, ahora mismo estoy sentado en el mueble, y claro en uno de los regazos del mismo hay una copita con Helado Pitufo.
Recuerdo a mi abuelo Figo, le decían así por su parecido tan similar a un perro con los cachetes que se derramaban por su rostro, y por su curiosa mirada cansada, además estaba obsesionado con una vieja boina francesa que le regalaron para uno de sus cumpleaños, a mí me parecía algo divertido, claro con el tiempo me enteré que se trataba de una excusa para ocultar su calvicie. Y al mismo tiempo darse cierto aire de intelectual, a pesar de que nunca terminó ni siquiera la secundaria, no obstante para mí él era un héroe y aún lo sigue siendo en esos pasadizos de mis recuerdos.
Era muy normal en ese entonces que me llevara a recorrer la ciudad de mi natal San José, aunque parecía ser más pintoresca por ese entonces, caminamos por las calles adoquinadas de la avenida, claro no eran adoquinadas, y mucho menos bonitas, pero para ese entonces se veían como si fueran un conjunto de piedras perfectamente talladas sobre sí, además de que por alguna razón no recuerdo los olores pestilentes gracias a la poca rigurosidad de la alcaldía. Lo importante en ese momento era observar los payasos y los globos, y sobre todo aquél hombre que no dejaba de decir: -"Burbujas, burbujas! compre burbujas!"- en realidad en toda mi infancia fui duelo de varias de esas herramientas baratas para crear burbujas, aunque confieso que la mayoría del tiempo terminé rompiendo ese curioso aro que se pega a un palito para soplar las famosas Pompas de jabón.
En fin el camino era eterno y me cansaba muy rápido, y mi abuelo no dejaba de contarme historias de temas variados como sus idas y venidas, claro en ese entonces no sabía que la mitad de sus relatos eran una cachetada a la inteligencia humana, pero bueno que poco o nada le puede importar eso a un niño, el niño todo lo cree y sus maestros son sabios y gurus sacados de alguna tribu especial, donde las cosas más increíbles cobran sentido, fue entonces cuando pasamos en frente de aquella heladería, sus formas y colores llamativos hicieron que jalara de la mano a mi abuelo, en señal de que nos detuviésemos a probar un helado, ese establecimiento era algo así como un palacio tallado de colores y fríos sabores que se resumían en altas cantidades de azúcar como para volverte loco por una semana, veía las torres de chocolate, de caramelo, en otra vitrina estaban las especies como diversas semillas, pelotitas de colores, y miles de chispas de sabores, tardaría mucho en describirlo, pero lo que si puedo decir es que siempre tuve deseos de hacerme un megahipergigantegrandioso helado con todo eso, claro nunca pude concretar mi sueño, no obstante me queda el recuerdo de esa heladería que por cierto hace muchos años dejo de existir.
Mi abuelo con una sonrisa y a la vez acomodando sus anteojos me dijo: -Oye chico que te gustaría probar, te invito a un helado-, yo quería comentarle mi idea del gigante monstruo frío para probar muchos sabores a la vez, sin embargo me conformé con un pequeño helado, porque a la vez sabía de la mesura que hay que tener cuando no se vive en abundancia.
Sabía que el sabor elegido sería Vainilla, siempre he tenido esa preferencia por la rica vainilla para mí es como leche en forma de helado, el resto tienen otros sabores que no me apasionan demasiado, incluso prefiero uno de vainilla con pedazos de galleta, estaba dispuesto a ordenar cuando la dependiente del mostrador me dijo: -Hola niño ¿De qué sabor quieres tu helado? al mismo tiempo señalaba las diferentes cubetas donde estaban los sabores variopintos y a la vez decía: vainilla, fresa, chocolate, caramelo, pitufo...- mi cabeza estallo en emoción, escuchar la palabra Pitufo moldeada en un helado, es decir era azul y a la vez se veía tentador, no podía dejar de imaginar a un pequeño pitufo molido en alguna batidora y luego por cierto proceso convertido en un helado, no dude ni un minuto escogí el helado azul que tan curioso y sobre todo apetitoso se veía.
Cuando tenía el cono en mi mano sólo podía ver esa montaña de helado azul justo enfrente de mis ojos, me parecía tan agradable, y mi abuelo me tomo de la mano libre, para que continuáramos nuestro camino, fue en ese justo momento cuando decidí darle la primera lamida al producto lácteo, cuando por fin lo hice una nube negra nubló mi panorama, no podía ver nada más que sentir ese horrible sabor en mi boca, era repulsivo y sobre todo había una extraña sensación de estar probando un no helado. Al final me acerqué a una de las vitrinas de las tantas tiendas que poblaban la capital por ese entonces, y cuando miré mi reflejo en el espejo saqué mi lengua y pude ver la tonalidad azul que había adquirido producto del famoso helado Pitufo, de todo lo malo eso fue lo que me pareció más divertido, no obstante cuando pasamos cerca de un contenedor de basura no dudé en arrojar el helado.
Así pasaron muchos años y hoy en día recuerdo esa asquerosa historia, ahora mismo estoy sentado en el mueble, y claro en uno de los regazos del mismo hay una copita con Helado Pitufo.
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